Desde la capital mendocina se pueden realizar múltiples actividades de aventura por los alrededores. En esta ocasión, presentamos una cabalgata cordillerana de día completo.
Mendoza, capital regional de la zona de Cuyo, permite realizar una gama de actividades muy variadas que van desde el relax hasta la aventura. Como siempre, nos tira más lo segundo y estábamos tan cerca del excelso paisaje que presenta la cordillera de los Andes que no dudamos en recorrerlo a caballo.
En un abrir y cerrar de ojos, teníamos todo organizado para realizar una cabalgata de día completo. Exploraríamos gran parte del cordón montañoso conocido como pre-cordillera. Para nuestra suerte, la tierra del buen sol hizo mérito a su nombre y nos regaló un cielo totalmente despejado. Con los tibios rayos de la mañana sobre nuestro descansado rostro, conocimos a Martín y a Marta, quienes nos llevarían junto con otros turistas por la zona de Blanco Encalada, pasando el pintoresco barrio de Chacras de Coria, hasta el punto de inicio de la cabalgata.
Desde la ventana del transfer, las tierras que vieron los primeros pasos de la gesta sanmartiniana se presentaban desafiantes ante nuestra respetuosa mirada. Tras recorrer 35 kilómetros, llegamos a Puesto Sosa, donde comenzaría la aventura.
Allí conocimos a don Orlando, el guía baqueano que, junto al Bayo Loco, el Falopa, el Chavo, Pajarito, Porcelana y la Teresa, nos aguardaba para salir cuanto antes a la montaña. Don Orlando, hombre de pocas pero concisas palabras, nos explicó por dónde iríamos y nos habló de la posición que tendríamos que adoptar frente a las distintas pendientes que atravesaríamos. Luego llegó el momento de asignarle caballos a los jinetes, según la experiencia que cada uno manifestara.
Tras los pasos del general
Partimos. Andar a caballo es una sensación hermosa. Si a esta actividad ancestral le sumamos el magnífico escenario por el que estábamos atravesando, sabíamos ya que tendríamos la recompensa asegurada: múltiples vistas panorámicas hacia los cuatro puntos cardinales, silencio perpetuo y abruptas quebradas surcadas por arroyos producidos por deshielos.
Omnipresente, el Cerro de Plata nos acompañó durante todo el recorrido. En su base se encuentran cientos de hectáreas de viñedos que esperan ser cosechados para la elaboración de uno de los mejores vinos del planeta. No faltó mucho para que nos olvidáramos de la civilización. Recordamos la odisea de don José de San Martín y, por unos instantes, jugamos a sentirnos granaderos que partían junto al gran general en su revolución libertadora.
El cansino andar del animal se hacía sentir frente a las pronunciadas pendientes que fuimos atravesando. Poco a poco dejamos atrás la Canaleta, la quebrada del Manzano y la Horqueta. La fauna aparecía bastante seguido en esta región casi deshabitada, en especial las tropillas de caballos que seguían a la yegua madrina y el vagabundo ganado de don Orlando. En el cielo, nos sorprendió la presencia del cóndor de los Andes, que parecía vigilar el avance de la columna de caballos que andaba por la montaña.
Si hay algo que debe quedar en claro es que cuando se anda en grupo se debe respetar el paso del más lento. Además, se comienza a experimentar cómo las sensaciones colectivas superan las vivencias particulares. Don Orlando sabe de estas cosas y por eso se animó a andar en el medio de la fila, para contar los secretos de la vida de campo y, en especial, aquella vez que se topó con un puma. La atención de los presentes se centró en la curtida piel del narrador, que se las ingenió para trasmitir la sensación vivida frente al felino salvaje. Finalmente se rió y nos mostró, como si fuera una secuela de guerra, el tremendo rasguñón que le quedó marcado en su brazo por la certera garra del animal. “La suerte del puma fue pa pior, porque lo atravesé con el facón de lado a lado” – sentenció el baqueano que, al parecer, no anduvo con vueltas.
Un asado en la montaña
Continuamos avanzando. El sol del mediodía se hacía sentir sobre la frente. En medio de una “selva” de rosas mosquetas, jarillas, coirones y ajenjos, no dejábamos de sorprendernos. El olorcito a hierbas silvestres penetraba en nuestro ser haciéndonos sentir parte de la naturaleza.
Luego de unas cuatro horas, aproximadamente, llegamos hasta la quebrada del Portesuelo Frío, donde la vista panorámica alcanzó su máxima expresión. Los minutos de contemplación parecían no ser suficientes. Todos los presentes quedamos atónitos frente a la inmensa vista que se perdía en una lejana bruma sobre el horizonte.
La voz de mando de Martín y la seguida invitación a un asado en la alta montaña hizo que no dudáramos en continuar nuestro viaje. Con las tareas distribuidas por elección, pronto estábamos preparando el fuego, salando la carne o descorchando los vinos. Para lo que sigue no hay descripción que valga: el crepitar de la leña, el olorcito a carne asada, el silencio relajante de la montaña y una buena copa de vino mendocino, por supuesto, fueron el broche de oro de la cabalgata.
Internados en medio de las montañas sin que hubiera un alambrado sobre los costados, y sintiéndonos parte de ella, almorzamos, descansamos y luego regresamos exactamente al mismo sitio donde comenzó esta aventura sobre cuatro patas.