Una excursión por los albores de la historia americana. Visitamos la misión jesuítica de San Ignacio Miní y aprendimos sobre su época de gloria y posterior desaparición.
Iniciamos el recorrido con un guía local que nos fue relatando la historia de la misión y nos habló sobre los distintos avatares que sufrió hasta la expulsión de la orden jesuita por parte del rey Carlos III de España.
A medida que avanzamos por el predio, comenzamos a admirar distintos edificios construidos con bloques de piedra de asperón rojo.
El trazado de la ciudad es uno de los más notorios trabajos de los jesuitas. La plaza de armas – actual patio central –, el cabildo, la iglesia, las viviendas de los religiosos y de los nativos, el hospital, el colegio, los talleres y los almacenes son parte de las construcciones que daban forma a esta clase de poblado.
La vida de la misión giraba en torno a la plaza. La entrada principal era una calle central cuya perspectiva focalizaba en la portada del templo. Hacia allí nos dirigimos.
El guía nos relató que entre los siglos XVII y XVIII jesuitas y guaraníes pudieron unir sus culturas sin entrar en conflictos violentos. Fue uno de los pocos casos en que el colonizador no reprimió la cultura americana, sino que se sumó con su enseñanza del Evangelio, costumbres y formas de organización social y de trabajo a las originarias.
“Al parecer, el esfuerzo de los jesuitas no fue esplendoroso a lo largo de todo su periodo. Por un lado, fueron invadidos y desplazados en varias oportunidades por los bandeirantes, originarios del actual San Pablo, Brasil, con el propósito de capturar a los aborígenes para venderlos como esclavos. Y, por el otro, marcó un fin demasiado trágico en el año 1768 con la expulsión de los jesuitas misioneros”, aseguró nuestro guía.
Penetramos en lo que formaba parte del templo mayor. Su fachada fue realizada en 1610 con tres grandes puertas como entrada, en cuyos capiteles se logran apreciar varios relieves.
El guía nos explicó que a mediados del siglo XVIII la misión que estábamos visitando contaba con tres mil habitantes. Las actividades culturales y artesanales eran múltiples y variadas, mientras que la ubicación estratégica sobre el río Paraná favorecía la vida comercial con distintos asentamientos de la zona. Lamentablemente, con la expulsión de los jesuitas la misión de San Ignacio Miní fue abandonada por completo.
Con afán observábamos los muros que parecían detenidos en el tiempo. Transitamos por todo el predio intentando imaginar cómo era la vida en el seno de la misión.
Preguntamos por qué razones los jesuitas fueron expulsados de América, teniendo en cuenta que estaban haciendo una muy buena labor. La respuesta nos dejó un gusto amargo en la boca. Tristemente, volvimos a comprobar que fue preferible dominar al débil a proveerlo de herramientas para fortalecerlo civil y culturalmente; una historia que sin duda se repite en la humanidad.
Tras visitar las ruinas de San Ignacio, emprendimos el regreso a la ciudad de las Aguas Grandes. Comenzaba a atardecer y entre los sonidos de la selva paranaense nos pareció escuchar los alaridos de las almas de los guaraníes que fueron diezmados hace tan sólo quinientos años.
Marcelo Sola
Eduardo Epifanio
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