Un día de pesca

Con muchas expectativas llegamos a la capital correntina, lástima que las mismas se fueron desvaneciendo al encontrarnos con un turismo incipiente, con ganas de crecer, pero sin nadie que lo canalice. Las agencias de turismo receptivo son pocas, y las que operan ofrecen los típicos city tours o visitas a museos regionales.

Si bien la predisposición de las personas que trabajan en el área de turismo provincial es muy buena, la paupérrima información que manejan, hizo que luego de conocer el patrimonio arquitectónico de la ciudad, decidiéramos partir al interior de la provincia, para ponernos en contacto con la naturaleza y desarrollar alguna actividad más atractiva.

Por suerte nuestro siguiente destino fue la localidad de Bella Vista, ubicada a 140 km de Corrientes Capital –se debe transitar 100 km por la Ruta Nac. Nº 12 y los 40 restantes por la Ruta Pcial. Nº 27 para dar con ella–, con su exótica belleza, por poseer profundas barrancas con amarillas arenas a orillas del Río Paraná, que por momentos nos hacen pensar que estamos en otro país.

Las inmensas plantaciones de cítricos de la zona, hacen posible realizar en el mes de noviembre la Fiesta Provincial de la Naranja. En febrero se celebran los Carnavales, con un gran despliegue de carrozas, y espectaculares trajes que exhiben las distintas comparsas a su paso.

  • El gran tesoro

    El gran tesoro

  • El Paraná nos abraza con todo su esplendor

    El Paraná nos abraza con todo su esplendor

  • Pesca con devolución

    Pesca con devolución

  • Una fiesta para el pescador

    Una fiesta para el pescador

Cuenta con confortables hoteles, cabañas y campings equipados con todo lo necesario para un buen pasar.


En busca del dorado

Al llegar nos fuimos derechito al viejo muelle, donde conocimos a Jorge Velázquez, quien con su hermano Osvaldo realiza salidas de pesca. Luego de conversar un poco y ponernos de acuerdo con los precios, dedujimos que lo mejor sería salir con ellos en busca del relax perdido en la capital, con la esperanza de obtener alguna presa de relevante porte, si era un dorado mucho mejor.

Luego de poner la embarcación sobre al agua –un casco pescador de 4,40 m de eslora con un motor de 40 Hp, muy cómodo para cuatro personas– nos dispusimos a dejarnos llevar por la corriente del Paraná, mientras una abrasadora brisa en nuestros rostros nos recordaba que habíamos olvidado el protector solar.

Para nuestra tranquilidad, Jorge se encarga de todo en cuanto a equipo se refiere: cuatro cañas de media acción de 10 a 20 libras, reels tipo vertical –que por las características de los ríos son mucho más cómodos y maniobrables– señuelos de profundidad tipo “mojarrón” y unas cuantas “morenitas” vivas para usar como carnada. El equipo justo y necesario para disfrutar de la jornada.

Luego de alejarnos del viejo muelle, disminuimos la velocidad de la lancha y nos dispusimos a realizar trolling, una modalidad de pesca embarcada utilizando señuelos. “¿Cómo la ve para hoy?” –le preguntamos a nuestro guía en referencia a la pesca, ya que la ansiedad comienza a adueñarse de nosotros. “Esperemos tener suerte, la pesca es eso y paciencia –responde a modo de consejo para que nos tranquilicemos–, ya van a picar”.

Jorge Velázquez lleva nueve años como guía de pesca, pero cuando se le pregunta por los años de vida, dice: “Desde siempre, toda la vida me gustó la pesca”, eludiendo la pregunta y haciéndose el coqueto, sin querer decir que ya tiene 40.

El Paraná nos abraza con todo su esplendor. Las verdes costas que lo circundan dejan escapar a la lejanía los gritos de un “mono carayá” buscando a su hembra para que le lleve comida. En este tramo, un sinnúmero de embarcaciones se van cruzando, cargadas con amantes de la pesca que encuentran en esta actividad ancestral –tal vez sin saberlo– la conexión con lo más íntimo de la supervivencia.

Cuando ya estábamos relajados y librados a la suerte –o a lo que el Paraná nos quisiera regalar–, un fuerte tirón activó la chicharra de nuestra caña. “Por cómo se mueve y pelea es un dorado”–sostuvo nuestro guía.

Efectivamente, a medida que lo acercábamos a la embarcación, su color oro radiante, lo confirmaba. Un hermoso ejemplar de 65 cm había sido tentado por la “cucharita” –como se le dice en la jerga a los señuelos– y el pobre culminó en nuestras manos para la foto.

Hay que destacar que las presas que no superan los 70 cm de longitud deben ser devueltas al río, y como somos hombres patagónicos y estamos acostumbrados a la pesca con devolución, aunque hubiera superado esa medida igualmente la habríamos devuelto.

Nunca antes había sacado un dorado. La fuerza y los bruscos movimientos que realiza el pez enganchado por el anzuelo son realmente es-pec-ta-cu-la-res. Lo mejor de todo: era el comienzo de una jornada prometedora.


El atardecer desde el Paraná

Prendimos el motor y nos fuimos río arriba, donde realizaríamos “pindá”, cambiando la modalidad de la pesca. Dejamos los señuelos de lado y empezamos con la carnada.

En el transcurso del viaje un joven nos muestra desde la costa dos ejemplares de sábalos pescados con “pateja” –tres anzuelos en uno–, recurso que sin carnada, ni nada, engancha al desdichado pez que pasa justo por donde se encuentra el pescador.

Le llega el momento a las “morenitas”, unos pececitos del norte del litoral que constituyen un manjar para los dorados, surubíes y pacúes de la zona. Ensartamos algunas y dejamos que la madre naturaleza haga de las suyas. Pronto la cadena alimenticia hace que otro dorado se prenda como loco de la morena y por ende de nuestro anzuelo, regalándonos otro excitante momento. El “pez-cado” de 75 cm de longitud, ya vencido por su destino, se deja alzar por nuestras manos. Sólo unas tomas fotográficas bastaron para congelar el momento y volverlo a su libertad.

Satisfechos por los momentos compartidos, en los que los guías supieron respetar nuestros silencios, nos dispusimos a regresar. Durante el retorno Jorge nos contó la leyenda del Yaciyateré –“chico de la siesta” en lengua guaraní–, una especie de duende, que aparece a la hora de la siesta, haciendo que las personas lo sigan adentro del monte, para culminar totalmente perdidas. Entre chistes derivados del relato esotérico fuimos llegando a la costa.

Los últimos rayos de sol se despedían en el horizonte del Paraná. Un cielo rojizo nos auguraba una hermosa jornada para el día siguiente. Como Bella Vista nos gustó, quisimos quedarnos y conocer el atractivo de sus playas en el próximo amanecer.

Autor Marcelo Sola Fotografo Gentileza Corrientesprensa.gob.ar

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Jorge Velázquez

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