En un rincón de agreste belleza sobre las laderas de la montaña se ha montado un extenso recorrido por las copas de árboles, desde donde las vistas panorámicas son impactantes.
Tan pronto las temperaturas de verano lo permiten, el paisaje patagónico va incorporando propuestas que invitan a conocer la montaña. En la ladera del Chapelco, es posible realizar canopy, una actividad que gana adeptos de todas las edades.
Para llegar hasta allí, aceptamos la invitación de Joaquín Bracht para subir en su vehículo hasta Miramás, donde “volaríamos” por primera vez entre las copas de las lengas. Joaquín nos contó que su familia posee desde hace ya muchos años un campo dedicado a la explotación forestal. Él decidió desarrollar allí actividades netamente turísticas, como canopy y trekking. Existe un espacio cerrado donde comer, tomar un trago y disfrutar a través de sus cristales de una vista espectacular de montañas, lago y bosques.
El circuito fue estudiado y diseñado por un ingeniero forestal y el recorrido tiene siete tramos de distinta longitud y dificultad por un bosque de lengas. Sin apuro, llegamos a Miramás y pasamos por el bar para prepararnos para la aventura.
Juguemos en el bosque
Llegó el momento de colocarse arneses, cascos y guantes, y dirigirnos hacia las plataformas de entrenamiento. En tramos cortos entre plataformas cercanas al suelo, ganamos confianza y aprendimos la técnica para deslizarnos. Después, tranquilos y confiados, nos subimos a un unimog y por los antiguos caminos madereros nos dirigimos al inicio del recorrido.
Llegó el momento esperado y uno a uno Joaquín nos ajustó el mosquetón a la polea y nos dio las últimas instrucciones en relación al frenado y control de la velocidad. Finalmente, rompimos el silencio del bosque con un sonido metálico del cable de acero.
Durante el primer tramo fuimos muy atentos a lo aprendido y no tanto al paisaje, pero en la siguiente plataforma nos sentíamos más confiados y ansiosos por deslizarnos otra vez. La sensación de superar la altura de los árboles y pasar a ras de sus copas fue fantástica. Cuando logramos estabilizar nuestras emociones, pudimos imprimir velocidad y vértigo al recorrido o por el contrario frenar con la mano que va detrás de la polea para contemplar con más tranquilidad el entorno.
Sin apuro pasamos por las cinco estaciones del canopy entre risas y gritos provocados por nuestra propia adrenalina. Llegamos hasta las dos últimas plataformas luego de un trekking de 15 minutos.
Sentimos que era más divertido y seguro de lo que creíamos. “No requiere mucha técnica ni preparación física y los chicos a partir de 6 años pueden experimentarlo tirándose en tándem con los guías”, fueron las palabras de Joaquín.
Con el paisaje a nuestra disposición
Los dos últimos tramos (300 y 250 metros) nos quitaron el aliento. En la penúltima estación tuvimos una vista panorámica de todo el valle, incluidos el lago Lácar y el volcán Lanín. Todos coincidíamos en dos sensaciones: habíamos logrado acomodarnos a la actividad y deseábamos seguir volando de árbol en árbol.
El canopy es una entretenida manera de conectarse con la naturaleza y divertirse entre amigos o en familia. Al atardecer volvimos a encontrarnos en el bar para dejar los equipos. En un deck con cómodos sillones, disfrutamos de una cerveza acompañada de pizza casera.
Durante la charla informal expresamos que nos habíamos sentido tranquilos junto a Joaquín y su grupo de expertos en actividades de montaña. Cumplimos nuestra fantasía de volar como pájaros.