A tan sólo 80 kilómetros de Humahuaca se encuentra Iruya, convertida desde hace años en una de las postales típicas del Norte argentino. Un lugar único que resume de manera perfecta la vida en estas tierras.
Entre estos se destacaron dos, donde se edificaron las dos capitales más grandes y pobladas de la región:
Jujuy y
Salta.
Hoy, Iruya continúa sereno como siempre. Pero por suerte, el olvido y la nostalgia de su edad han sido observados y comprendidos por un
boom turístico que lo ha posicionado como destino preferido de miles de turistas.
Lo importante es volver Las fiestas populares, entre las que se destaca el carnaval iruyeño o las ofrendas a la pachamama, asombran a miles de curiosos que buscan una forma de acercarse a lo más puro que aún queda de los pueblos originarios.
Otra de estas fiestas es la de la patrona del pueblo: la Virgen de Nuestra Señora del Rosario, que da nombre a la iglesia local, fundada aproximadamente en el año 1753.
Dicha festividad se celebra el primer domingo del mes de octubre. Cientos de peregrinos y fieles se congregan en las inmediaciones de la iglesia y en las calles principales que tiene el pueblo, donde artesanos y comerciantes ofrecen a la venta sus productos.
Otra joya del pasado
San Isidro es otra de las joyas del pasado a las que se puede acceder desde Iruya. Visitar este pequeño pueblo es uno de los paseos obligados que debe emprender todo aquel que esté recorriendo la zona.
El viaje puede realizarse sobre alguno de los caballos que allí se alquilan o bien a pie, siguiendo durante casi una hora el cauce seco del río. Así, se asciende a uno de los puntos más pintorescos y coloridos de estas montañas.
Al llegar, decenas de artesanos y productores locales ofrecen sus productos y tejidos además de tapices, aguayos, mantas de llama y vicuña criadas en la zona.
El atardecer es el momento ideal para emprender la vuelta, quizás un poco más cargados por el equipaje extra que significa haber comprado algún recuerdo.
Pero la vuelta debe hacerse siempre con la vista en alto, porque Iruya es uno de los pocos lugares en el mundo donde el vuelo del cóndor no sólo puede verse, sino que también se escucha.
Sólo hay que detenerse y seguirlo con la vista para escuchar cómo las alas de este pájaro milenario cortan el viento.