Iruya, Salta

Dejando Tilcara se puede llegar hasta la bella Iruya, una de las poblaciones más lindas del Norte. En el viaje se atraviesan distintas poblaciones, entre las que se encuentra Humahuaca, además de otros pueblitos que merecen ser conocidos.

Tilcara comenzó a quedar atrás y sabíamos que sólo 42 kilómetros nos separaban de la ciudad de Humahuaca. Teníamos que estar atentos para transitar un par de kilómetros más y no pasarnos del desvío que nos llevaría hasta Iruya.

Apenas sobre la ruta 9, nuestros ojos comenzaron a mirar hacia la derecha y a deleitarse con unas formaciones de colores que continúan en las montañas de la propia Quebrada de Humahuaca.

Nunca hubiéramos imaginado la belleza que nos esperaba en tan poco tiempo, menos cuando el viaje recién empezaba. El sol, con todo su calor y majestuosidad, se hacía presente sobre nuestras cabezas. Era realmente un día ideal para viajar.


Llegar a Humahuaca

  • 48 kilómetros que tienen vida propia

    48 kilómetros que tienen vida propia

  • Tilcara

    Tilcara

  • El sol, con todo su calor y majestuosidad

    El sol, con todo su calor y majestuosidad

  • Postales típicas del Norte argentino

    Postales típicas del Norte argentino

  • La vida en estas tierras

    La vida en estas tierras

  • Iruya continúa sereno como siempre

    Iruya continúa sereno como siempre

  • La nostalgia de su edad

    La nostalgia de su edad

Humahuaca es tan sólo uno de los pueblos que comparten la quebrada, tal vez uno de los más conocidos. A 74 kilómetros de Humahuaca se encuentra Iruya, convertida desde hace años en una de las postales típicas del Norte argentino. Un lugar único que resume de manera perfecta la vida en estas tierras.

Para llegar hasta allí se debe tomar primero la ruta nacional 9 (son apenas 26 kilómetros) hasta tomar el desvío donde aparece el camino de ripio que nos lleva hasta el pequeño pueblito del que no por nada se dice que está “colgado de las montañas”.

El camino de ripio no es peligroso, pero hay que preguntar a los prestadores locales por su estado. Son 48 kilómetros que tienen vida propia y que permiten conocer uno de los lugares más bellos del país.


Las tierras del cóndor

Mucho se habló de Iruya y aún hoy, a dos siglos y medio de su fundación, continúa causando asombro. La fecha en que el pueblo se constituyó como tal no aparece en ningún registro provincial ni nacional, pero se estima que fue en 1750, aproximadamente.

Iruya fue un pueblo de tránsito entre el Alto Perú y las nuevas poblaciones que comenzaban a levantarse por toda la región.

Precario pero de protección a la vez, el refugio que siempre brindaron sus grandes montañas era ideal para el descanso de las diligencias que llevaban mercancías de la puna a los fértiles valles de la zona. Entre estos se destacaron dos, donde se edificaron las dos capitales más grandes y pobladas de la región: Jujuy y Salta.

Hoy, Iruya continúa sereno como siempre. Pero por suerte, el olvido y la nostalgia de su edad han sido observados y comprendidos por un boom turístico que lo ha posicionado como destino preferido de miles de turistas.


Lo importante es volver

Las fiestas populares, entre las que se destaca el carnaval iruyeño o las ofrendas a la pachamama, asombran a miles de curiosos que buscan una forma de acercarse a lo más puro que aún queda de los pueblos originarios.

Otra de estas fiestas es la de la patrona del pueblo: la Virgen de Nuestra Señora del Rosario, que da nombre a la iglesia local, fundada aproximadamente en el año 1753. Dicha festividad se celebra el primer domingo del mes de octubre. Cientos de peregrinos y fieles se congregan en las inmediaciones de la iglesia y en las calles principales que tiene el pueblo, donde artesanos y comerciantes ofrecen sus productos a la venta.


Otra joya del pasado

San Isidro es otra de las joyas del pasado a las que se puede acceder desde Iruya. Visitar este pequeño pueblo es uno de los paseos obligados que debe emprender todo aquel que esté recorriendo la zona.

El viaje puede realizarse sobre alguno de los caballos que allí se alquilan o bien a pie siguiendo durante casi una hora el cauce seco del río. Así, se asciende a uno de los puntos más pintorescos y coloridos de estas montañas. Al llegar, decenas de artesanos y productores locales ofrecen sus productos y tejidos además de tapices, aguayos, mantas de llama y vicuña criadas en la zona.

El atardecer es el momento ideal para emprender la vuelta, quizás un poco más cargados por el equipaje extra que significa haber comprado algún recuerdo.

Pero la vuelta debe hacerse siempre con la vista en alto, porque Iruya es uno de los pocos lugares en el mundo donde el vuelo del cóndor no sólo puede verse, sino que también se escucha. Sólo hay que detenerse y seguirlo con la vista para escuchar cómo las alas de este pájaro milenario cortan el viento.

Autor Pablo Etchevers Fotografo Eduardo Epifanio

Tipo de tourTipo de tour: Visita a la pequeña población de Iruya

Ubicación


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