Una vuelta manzana por el parque Lezama

Ubicado en el corazón del barrio de San Telmo, la zona goza de una inacabable historia. Con sus orígenes en el siglo XIX, en el lugar se encuentra el Museo Histórico Nacional y también una de sus perlas más famosas, el Bar Británico.

El parque Lezama es uno de los paseos más atractivos en la ciudad de Buenos Aires. Y también uno de los más antiguos. Ubicado en el barrio de San Telmo, en el límite entre Barracas y La Boca, la existencia del parque data de mediados del siglo XIX, cuando José Gregorio de Lezama compró el por entonces inhóspito territorio y lo remodeló por completo para construir un parque privado y una mansión de lujo con los toques estilísticos del paisajista belga Charles Vereecke.

Una vez fallecido Lezama, en los albores del siglo XX, su viuda decidió vender las propiedades al gobierno de la ciudad de Buenos Aires con la condición de que se convirtiera en un parque público, cuyo nombre homenajeara a su difunto esposo. La mansión tuvo un destino similar, por lo que hoy se la conoce como el Museo Histórico Nacional.

El lugar, hoy por hoy, cuenta con un estilo digno del pasado. Distinto de los grandes tumultos que se generan en las zonas del microcentro, en el barrio se respira y se vive en armonía. La tranquilidad parece ser su máximo atributo. En él, conviven los edificios y las casas antiguas características de San Telmo con su amplia vegetación. La entrada principal está en la intersección entre Defensa y Brasil, donde una imponente escultura de bronce en honor a Pedro de Mendoza aguarda a los visitantes.

  • Junto al Museo Histórico Nacional

    Junto al Museo Histórico Nacional

  • Una mansión de lujo con toques estilísticos

    Una mansión de lujo con toques estilísticos

  • Más que un bar, un templo

    Más que un bar, un templo

  • Viejas campanas de bronce

    Viejas campanas de bronce

  • Feria de artesanos

    Feria de artesanos

  • Inaugurado en 1928

    Inaugurado en 1928

Por detrás, las coníferas toman protagonismo. Numerosos caminos de baldosas y de tierra se conectan entre sí; se bifurcan y se unen tan complejamente que una vista desde arriba representaría la forma de una revoltosa telaraña.

Hacia el sur del monumento a Mendoza, se encuentra la otrora mansión del terrateniente Lezama, hoy convertida en el Museo Histórico Nacional. Situada en el punto más alto del parque, la residencia presenta una arquitectura colonial impactante.

En sus jardines, aún se exhiben viejas campanas de bronce junto con antiguos cañones que en el pasado eran de gran utilidad para combatir las invasiones. La Puerta de los Leones conecta los jardines con otra entrada al parque. Implacables, las figuras de hierro inspiran respeto y autoridad a los turistas.

Además, en la intersección entre la avenida Brasil y Paseo Colón, se encuentra otra barranca, en la cual pervive la característica fuente del parque Lezama, la cual colinda con un espacio que simula ser un anfiteatro, de escalones conformados por grandes piezas de piedra, y con la iglesia ortodoxa rusa de la Santísima Trinidad.


Más que un bar, un templo

En la vereda frente al monumento de Pedro de Mendoza se encuentra uno de los bares más característicos de toda la capital.

Inaugurado en 1928, el bar “La cosechera” abrió sus puertas para atender a un púlpito abundante. Sin embargo, por la gran cantidad de visitas que recibía, especialmente de ex combatientes ingleses y trabajadores de la compañía británica Ferrocarriles del Sur, el establecimiento fue rebautizado en la década del 60 como el Bar Británico.

Así, su fama se extendió por toda la ciudad. Fue el sitio elegido para distintas filmaciones de películas y también acogió a numerosos artistas y escritores argentinos. La anécdota más difundida es que muchos afirman que Ernesto Sábato escribió Sobre héroes y tumbas en una de sus mesas.

Sin embargo, el bar también pasó por momentos un tanto conflictivos, especialmente durante los años 80, cuando se libró la guerra por las islas Malvinas contra Inglaterra.

En aquel entonces el bar se vio desfavorecido, los mozos afirman que muchos de los vecinos querían que cerrara. Provisoriamente, su nombre cambió durante unos años por Bar Tánico.

Actualmente, el Bar Británico goza de una gran reputación. Quienes lo atienden, como también los vecinos del barrio, afirman que el lugar inspira las mismas sensaciones que en los sesenta. Tal es así que sus paredes, pobladas de cuadros y de banderines, reflejan para quien lo visite la abultada historia con que cuenta.

Autor Federico Díaz Fotografo Federico Díaz

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