Año tras año, más de 50 mil turistas llegan a esta región de Argentina para apreciar los paredones rojizos de más de 150 metros de altura, sus cóndores que anidan en los picos y las curiosas formas talladas en las montañas por la erosión, entre las cuales sobresalen el Monje o la Torre, además de otras como el Centinela, el Rey Mago sobre el camello y el Tablero de Ajedrez.
La erosión se produce por la acción del viento y de las lluvias y al ser estas montañas de tierra y areniscas, muchas de estas “esculturas” naturales desaparecerán con el paso del tiempo y se formarán otras que la imaginación del hombre se encargará de volver a bautizar.
Los antiguos habitantes de esta zona la llamaron “talampaya” explicando con este nombre (para nosotros el significado es “río seco del tala”) parte de la geografía del lugar.
Durante la mayor parte del año, los cauces de los ríos se encuentran totalmente secos, con apenas un hilo de agua que corre de acuerdo a la morfología del terreno. Por el contrario, cuando aquí es época de lluvias (a veces tan solo horas), los cauces se llenan de repente de agua a tal punto que ser tornan verdaderos ríos que corren con una fuerza y bravura pocas veces vista, arrastrando a su paso todo lo que tocan.
Luego, el agua desaparece y los cauces vuelven a secarse y se convierten en anchos caminos ideales para transitar en 4x4, practicar travesías en bicicleta o caminatas y hasta divertirse con deportes de viento como por ejemplo el carrovelismo.
Patancillo es la población más cercana al parque (30 kilómetros). A esta le siguen
Villa Unión (60 kilómetros), Patquía (120 kilómetros) y
la capital riojana, a 220 kilómetros de distancia.
En el año 1975 la zona fue declarada Parque Provincial, en el año 1997 pasó a ser Parque Nacional y en el 2000, cuando ya todo el planeta lo conocía, el lugar fue declarado Patrimonio de la Humanidad.