Vida diaria de un pueblo místico

Villa Cura Brochero y Mina Clavero comparten un río generoso que es visitado en ambas orillas casi todos los días del año y ofrece un excelente lugar de esparcimiento familiar.

Al llegar a Villa Cura Brochero, nos dedicamos a observar a sus pobladores. Charlaban entre sí en la calle sin apuros, los que circulaban en auto lo hacían con cierta parsimonia y notamos que la hora de la siesta era respetada. Nos propusimos imitarlos y pronto sus costumbres pasaron a ser nuestras. Dimos una vuelta por la plaza principal con el ánimo de llevarnos con nosotros la esencia de Cura Brochero.

“¿No les gustaría dejar estacionado el auto y conocer la villa en bicicleta?” La propuesta la hizo un lugareño mientras recorríamos el centro. “Podrían hacer parada en cada uno de nuestros rincones. La sombra de los árboles y la calma chicha son los principales anfitriones.” ¡Excelente! No se nos había ocurrido y fue una idea exitosa.

Visitamos el Museo Brocheriano, que en el siglo XIX fue la casa de ejercicios espirituales y donde vivió el cura Brochero sus últimos días. Supimos cómo se vivía en los inicios del pueblo y aprendimos sobre ese espíritu religioso transmitido a partir de la presencia del párroco venerado por todos.

  • Las tibias aguas del río Panaholma

    Las tibias aguas del río Panaholma

  • La villa ofrece tranquilidad

    La villa ofrece tranquilidad

  • Una calle sin apuros

    Una calle sin apuros

  • Visitamos el Museo Brocheriano

    Visitamos el Museo Brocheriano

Muchos años han transcurrido desde entonces pero han quedado intactas la religiosidad y la forma de vida apacible. Aún hoy los habitantes disfrutan del tiempo libre para pasear por el entorno natural y bañarse en las tibias aguas del río Panaholma.

Dejamos atrás la plaza y tomamos por la calle Belgrano, que se convierte luego en Hipólito Yrigoyen. Notamos que el asfalto cubría algunas de las calles céntricas y luego comenzaban las calles de tierra, prolijas y muy arboladas.

Varias veces bajamos de nuestra bicicleta para admirar sus hermosos barrios y los sectores cercanos al curso de agua donde cabañas y casas de alquiler estaban muy bien preparadas para recibir al turista.

Desde la zona del balneario Las Maravillas hasta el puente central que conecta con la ciudad de Mina Clavero, se desarrollan los principales puntos de interés de la vida al aire libre. En general, el río Panaholma es muy ancho, con fondo de arena y piedras de todos los tamaños.

A lo largo de sus orillas se suman los recreos y zonas de picnic diurnos con fogones y sombra. También los campings habilitados le agregan color al desarrollo del espejo de agua, ya que congregan mucha gente en época estival.

Cada vuelta del río muestra su especial arquitectura de árboles y rocas con distintos atractivos. Por eso, nos dimos un chapuzón en cada uno de ellos para descubrir por nosotros mismos las diferencias.

De acuerdo a la hora del día, fuimos buscando el sol y la sombra de las costas arboladas y no faltó un encuentro a la luz de la luna en un sector donde las piedras de gran tamaño se apoyaban en el medio del río.


Desandando la tierra del sol radiante

En la costanera, restaurantes y confiterías ofrecían sus mesas en la calle y su música constante. Visitamos hermoso barrios con casas de ladrillo a la vista y techos de tejas rojas. Los deportes no faltaron en ese recorrido y fuimos observadores de un excelente partido de tenis en cancha de polvo de ladrillo.

Es bueno comentar que extendimos nuestra estadía por más tiempo que el previsto, ya que la villa nos ofreció la tranquilidad que estábamos buscando para nuestras vacaciones. Sus amaneceres frescos, cálidos atardeceres, el sol radiante y la hospitalidad de sus habitantes nos pegaron fuerte.

No llegamos a mimetizarnos con su forma de vida diaria, pero logramos bajar nuestros decibles mientras disfrutábamos de los cielos claros y del aire apacible de ese pueblo de Traslasierra.

Autor Mónica Pons Fotografo Eduardo Epifanio

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