Una jineteada en Trabunco Arriba

La jineteada es una excelente oportunidad para demostrar destreza y reunir a los seguidores de esta tradición campera en una jornada a lonja y espuelas.

En los alrededores de San Martín de los Andes existen varios campos de jineteada; son espacios en los cuales los jinetes de la zona muestran su conocimiento y audacia sobre la grupa del caballo.

“Jineteada en Trabunco Arriba”, rezaba el afiche que vimos en las calles del centro. El arroyo Trabunco atraviesa una zona habitada por una comunidad mapuche y luego aporta sus aguas al lago Lácar.

Trepamos con nuestro auto por una ruta de ripio con casas distanciadas entre sí. En Puente Blanco, los pobladores viven más agrupados y a pesar de estar cercanos al área urbana la vida allí es más dura ya que el frío, la nieve y el viento son más intensos.

Entre cerros y quebradas pastaban cabras, bueyes y caballos sobre el verde césped del verano. Detrás de los corrales encontramos el campo de jineteada envuelto en una nube de polvo y un humo con sabor a parrilla. Se oía la voz del locutor que animaba la jornada.

  • Ocho interminables segundos

    Ocho interminables segundos

  • La comunidad mapuche

    La comunidad mapuche

  • Con sus mejores atuendos

    Con sus mejores atuendos

  • Conocimiento y audacia

    Conocimiento y audacia

  • Familiarizarse con los caballos

    Familiarizarse con los caballos

Por todos lados veíamos hombres arreglados con sus mejores atuendos, su faja, sombrero o boina preferidas; familias enteras acompañaban a los jinetes para alentarlos. Desde el micrófono se anunciaba a los jinetes, su origen y actuaciones anteriores. Entre potro y potro un coplista ponía la nota de humor y decía sus décimas camperas.

Nos sorprendió un griterío: un bagual zaino corcoveaba y se negaba a ser atado al palenque desde donde uno de los jóvenes jinetes calzado con botas de potro comenzaría la prueba. En el momento adecuado dio un salto sobre el lomo del caballo, a pelo limpio y sin montura.

El comisario levantó su rebenque para dar inicio a la prueba. Ocho interminables segundos debía permanecer el jinete sobre el animal. Taconeaba con sus espuelas mientras el caballo se sacudía como para sacarse de encima ese cuerpo elástico y valiente. El público alentaba al joven a mostrar su hombría y su destreza mientras una polvareda casi lo cubría por el movimiento nervioso del animal. Sonó la campana, el jinete logró su cometido y todo fue festejo. El zaino se encaminó a los corrales en medio de saltos y corcovos y se unió al resto de la tropilla.

Algunos hombres se entretenían en la cantina. Otros se acodaban en el alambrado como recordando que algún día habían sido ellos quienes le dieran brillo a la jineteada. Los niños más chicos se familiarizaban con los caballos llevados al paso y de la rienda por sus padres.

Se sucedieron las pruebas de bastos y encimera y grupa con cuero. Charlamos con un poblador que nos dijo: "Las jineteadas sureñas tienen algunas características propias en relación con las pampeanas, pero no se diferencian en el esfuerzo y la entrega de los jinetes".

Estos hombres están acostumbrados a la vida de campo y a inviernos muy duros. Años atrás la comunidad solo dependía de la venta de leña y artesanías, ahora los más jóvenes estudian y trabajan en la ciudad y han incorporado otra forma de economía. Aun así siguen fieles a sus creencias y costumbres aprendidas de sus mayores.

Regresábamos por las mismas lomadas verdes con la sensación de haber aprendido algo: las comunidades mapuches aún conservan las tradiciones, rinden culto a la tierra y se reúnen en fiestas camperas. Compartimos su espacio, su actividad y prometimos volver a participar de alguna experiencia similar.

Autor Mónica Pons Fotografo Eduardo Epifanio

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