La 40, la ruta más alta de América

Uno de los tramos de la ruta nacional 40 alcanza los 4.895 metros de altura sobre el nivel del mar. Por este camino, descubrimos la belleza de la puna en una 4x4.

Antes de viajar a Salta, Frank nos había invitado a conocer los nevados de Acay, un nuevo paseo de Movitrack. Recorrer nuevamente la puna con ellos prometía ser una excelente aventura. Por eso, ni bien llegamos a la ciudad, coordinamos con Carola para realizar la excursión.

Como es regla, tuvimos que levantarnos temprano para estar a las 5 de la mañana en la oficina. Allí, nos encontramos con Helena y Carlos que iban a ser nuestros guías, y conocimos a Matías y Ana, una pareja de México que realizaría la excursión con nosotros.

Todavía no había aclarado cuando salimos en la 4 x 4 con rumbo al Acay. Primero por la ruta nacional 68 y después por la 51, recorrimos el mismo camino que realiza el safari, cruzando Cerrillos, La Merced, Campo Quijano y demás poblados somnolientos hasta ingresar a la Quebrada del Toro.

  • La ruta más alta de América

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  • La tierra de doña Eulogia Tapia

    La tierra de doña Eulogia Tapia

  • Llamas

    Llamas

  • Los paisajes de la puna

    Los paisajes de la puna


El enigma de Santa Rosa

A uno y otro lado de la quebrada, los cardones lucen sus flores blancas y el aroma a palam palam (planta muy tóxica utilizada como alucinógena cuyas hojas son cicatrizantes) se distingue sutilmente en el ambiente.
Nos detuvimos en El Alizal y en Chorillos para observar las obras de ingeniería del ramal C14, los rulos y zig-zag que permiten al Tren a las Nubes ascender varios metros en pocos kilómetros.
Paramos cerca de las 9 en Santa Rosa de Tastil para desayunar. Este pequeño poblado, antesala de la puna, no deja de fascinarme por su pasado.
Quise volver a entrar al Museo Arqueológico, donde desde 1978 se exhiben hallazgos preincaicos, como la momia del salar de Hombre Muerto, de alrededor de 600 años.

Elda, guía de museo por más de 10 años, empezó a tocar una melodía en el “listofón” que se encuentra en el museo. Este instrumento musical se compone de piedras de la zona, que por su concentración de cuarzo resuenan al golpearlas. “Tastil” significa piedra que suena.


Hacia la montaña sagrada

Café, medialunas y seguimos viaje con rumbo al córdon del Acay. Estábamos ingresando a la quebrada de las Cuevas y el sol brillaba sobre el celeste puro del cielo puneño, contrastando con los terracotas y amarillos de las montañas. A medida que ascendíamos, empecé a sentir los efectos de la altura. Debo reconocer que fui imprudente porque iba escribiendo en la camioneta y cuando hicimos un alto para observar una manada de llamas, creí que me habían sacado el aire. Es mejor hacer caso a los parroquianos y tomarse un té de coca o empezar a coquear antes de ingresar a la Puna. Pero, me acordé tarde y me costó recuperarme del apunamiento. Mientras avanzábamos, nos acompañaban las llamas y vicuñas, reinas absolutas de las alturas. También encontramos muchas chinchillas que corrían a esconderse en sus madrigueras.

En Abra Blanca alcanzamos los 4.080 metros y desde allí pudimos divisar el volcán de Llullaillaico y el nevado de Chañi. Ambas formaciones junto con el Acay, que posee 5.716 metros sobre el nivel del mar, son consideradas montañas sagradas porque en ellas se encuentran los santuarios de altura construidos por las culturas indígenas.
Las rutas que transitábamos fueron las mismas que durante el siglo XI trazaron los incas, parte de una fantástica red que superaba los 2.500 kilómetros de extensión y que permitía consolidar su imperio.


En lo más alto

La ruta nacional 51 nos conducía ahora a la estación ferrocarril de Muñano, punto en el que nos desviamos hacia el sur por la 40. Unos kilómetros más y alcanzamos los 4.897 metros del abra de Acay, nuestro punto culminante.

Esta abra es un hito de altura que sirve de bisagra entre las planicies de la puna y las del valle Calchaquí. Por la pared sur del nevado de Acay, descienden las aguas de deshielo que se convierten en el río Calchaquí, cuya cuenca representa la más larga del país, dado que desemboca en el Juramento y se transforma luego en el río Salado.
La ruta se construyó en la década del ‘60, siguiendo los viejos caminos incas, y se tuvieron que faldear las laderas del cerro para lograr enlazar la puna con los valles calchaquíes.
En total, bajaríamos 2.000 metros para seguir 79 km en dirección a La Poma.
En el camino nos encontramos con Juana, que vive con su madre en una casita entre los cerros. Iba desandando la montaña a paso lento para llegar al poblado más cercano a vender sus quesos de cabra.


El pueblo de Eulogia Tapia

Entramos a La Poma por el Pueblo Viejo, destruido en el implacable terremoto de la nochebuena de 1930. Un callejón enmarcado por dos pircas de adobe de unos 500 metros de largo encierra parte del caserío que fue reconstruido. Pero la mayoría de los habitantes del pueblo se trasladó a un kilómetro de distancia junto al río Peña.

Es la tierra de doña Eulogia Tapia, a la que el poeta Manuel Castilla y Cuchi Leguizamón le dedicaron la canción nacida de los carnavales de La Poma. “La tierra nos cría y la tierra nos come” sentenciaba Eulogia a sus 67 años; y así pasó en La Poma, pero ni el terremoto ni el tiempo pudieron con sus encantos.

En la hostería nos recibieron Aida y Juan para almorzar. Después de una provoleta regional exquisita y las tradicionales empanadas, Juan nos convidó con té de pétalos de rosa, cáscara de naranja, hojas de coca, muña muña y rica rica, todos yuyos medicinales que crecen a más de 3.000 metros de altura. La infusión resultó casi mágica y, al rato de hacer efecto, mi estado físico ni recorbaba el apunamiento.


Camino a Cachi

Nos costó arrancar de la siesta pomeña para dirigirnos a Cachi. Cuando salíamos, divisamos los volcanes Gemelos, de sólo cien mil años de edad pertenecientes al periodo cuaternario. Estos volcanes poseen lavas basálticas que causaron el taponamiento del río y formaron lagos temporarios.
Nos desviamos para conocer Los Graneros, una cueva con silos circulares y rectangulares, en teoría construidos por los incas para acopiar principalmente maíz.
Cuando volvimos a la ruta, dejamos atrás los alrededores de La Poma en dirección a Cachi. Nos detuvimos solo un instante para apreciar como caía la tarde en el valle Encantado.
Recorrimos cerca de 500 km. Todavía no habíamos llegado a la capital salteña cuando empecé a extrañar los cielos siempre azules y los paisajes de la puna.

Autor Karina Jozami Fotografo Pablo Etchevers

DificultadDificultad: Bajo.
DuraciónDuración: Todo el día.
HorarioHorario: Salidas garantizadas miércoles y sábados a las 6. Llegada 21.00.

Ubicación

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