Cordero, cabalgata y mucho más en la estancia San José

Comer cordero patagónico es, para muchos, una cuestión de estado. Una vez instalados en la ciudad de Puerto Madryn, decidimos hacer realidad este sueño. Así, empezamos a preguntar en distintos lugares dónde y todas las voces nos guiaron hacia el mismo lugar: la estancia San José.

Luego de interiorizarnos con las actividades del lugar, decidimos realizar una reserva para el próximo día. Luego de haber hecho las típicas excursiones de ballenas y lobos marinos que siempre cautivan a quien llega a la hermosa Madryn, ya teníamos un nuevo atractivo para visitar.

Para disfrutar del día nos levantamos bien temprano y a media mañana emprendimos el camino hacia la estancia San José, ubicada en el kilómetro 1383 de la ruta nacional Nº 3, solo 20 kilómetros al norte de la ciudad de Puerto Madryn.

Un cartel gigante y seis banderas indican el ingreso a la estancia. Junto al cartel se encuentra la tranquera de ingreso, donde tomamos el camino que nos llevó hasta el casco.

Allí, a primera vista, nos dimos cuenta de que estábamos ante la presencia de la típica estancia patagónica, igual a la de las viejas series de vaqueros y de los capítulos inolvidables de la famosa Familia Ingalls.

Sus dueños, Walter y Mario, nos recibieron con los brazos abiertos y nos contaron la historia de este legendario lugar que data del año 1922.

Mientras recorríamos los alrededores del casco, pudimos distinguir especies como zorros, maras, choiques, martinetas y, para sorpresa de nuestros pequeños, nos vinieron a visitar amablemente los guanacos Quimey y Camila, que ya son parte del staff del lugar y andan sueltas por el predio.

La típica Granja Educativa se refleja a la perfección a través de este “staff”, donde ovejas, chivos, caballos, vacas, patos, pavos, gansos y muchos otros animalitos le aportan sonido, color y alegría al lugar, dejándose acariciar por niños y grandes.

La estancia tiene cinco mil hectáreas y su actividad principal siempre fue la ganadería ovina, pero actualmente sus dueños abrieron las puertas de casa a todos los turistas que visitan la ciudad y que quieren conocer un lugar distinto.

Más allá de que todo resultaba perfecto, nuestro objetivo principal seguía siendo el cordero al asador, y a medida que nos acercábamos al mediodía, también era el de toda mi familia.

Para satisfacción nuestra, en el lugar se encuentra la parrilla de campo La Vaca Atada, donde además de almorzar un exquisito cordero patagónico y degustar una amplia carta de vinos, es posible formar parte de un espectáculo de folklore argentino en vivo. ¡Excelente!

El cordero fue un éxito y la atención recibida, excelente. Pasada la sobremesa (que queríamos no terminase nunca) entre gatos y chacareras, al canto del payador, apareció el esquilador de la estancia con una oveja maneada arriba del escenario y nos hizo una demostración de esquila en vivo y en directo.

Luego de un descanso merecido, por consejo de Mario, decidimos emprender una cabalgata por el monte nativo de piquillín, jarilla y molle, entre otros arbustos de la zona. Así, los senderos lograron mostrarnos una gran parte de la estancia para conducirnos nuevamente a su viejo casco.

Walter nos contaba que también se pueden alquilar bicicletas, pero nosotros decidimos terminar el día tomando unos mates debajo de un árbol. Un placer divino.

Antes de que cayera el sol, emprendimos el regreso a Madryn y en los dos kilómetros y medio de ripio que quedaban hasta la ruta nacional Nº 3, prometimos volver a este sitio mágico para respirar nuevamente el aire del campo patagónico.