Turismo de aventura por el Cerro Áspero

Un circuito que combina 4 x 4 y trekking por las serranías merlinas, nos lleva entre hermosos saltos y cascadas a develar los vestigios de un pueblo detenido en el tiempo.

Amanece con lentitud y el rocío todavía perdura en los pastizales. Un vehículo off-road nos conduce cuesta arriba por una pronunciada pendiente pavimentada hasta el Filo Serrano de Villa de Merlo, a 2100 m.s.n.m.

El camino se transforma en ripio y es necesario activar la doble tracción para traspasar las rocas regadas por toda la cumbre de la sierra. Inquieta preguntarse si semejantes moles en medio de la nada brotaron de la tierra o cayeron desde el cielo, pero antes de llegar a esa reflexión, una magnífica vista panorámica del Valle de Conlara que rodea a la perla sanluiseña, nos roba inteligentemente la atención.

Este valle posee 120 km de largo y es cruzado por el río homónimo que, singularmente, corre de sur a norte, a diferencia de lo que estamos acostumbrados. Estamos en plena Sierra de los Comechingones, al límite con la provincia de Córdoba, y desde allí podemos divisar las primeras estribaciones de las sierras centrales de San Luis y la tranquila majestuosidad de Villa de Merlo.

  • Las serranías merlinas

    Las serranías merlinas

  • Una imagen abrumadora

    Una imagen abrumadora

  • Un pueblo minero

    Un pueblo minero

  • Toda una aventura

    Toda una aventura

  • Un paisaje distinto

    Un paisaje distinto

Vamos con rumbo al Cerro Áspero, donde haremos un trekking de once kilómetros, pero de baja dificultad. Tras recorrer veinte kilómetros por la Ruta 5 debemos abandonar el vehículo en un puesto de montaña, y comenzar la caminata hasta un lugar que promete maravillarnos.

El guía de la excursión se encarga de todo. Lleva agua para hidratarnos, galletitas, facturas y agua caliente para tomar unos merecidos mates en la primera parada, más el característico buen humor de los merlinos, consecuencia segura del particular microclima de la región, que, por poseer en el aire átomos con ionización negativa, provoca un estado de ánimo alegre y una fortaleza mayor que la habitual. Aunque en realidad, Federico es de Merlo por adopción, ya que su particular “tonadita” lo delata como un cordobés de pura cepa.


A toda naturaleza

La primera cita es el Salto del Tigre. Se trata de una excepcional cascada de 25 metros de altura, circundada por una hoya de 40 metros de diámetro y 10 de profundidad, pero para encontrarla debemos caminar un importante trecho.

En el trayecto vemos bosques de tabaquillos –un arbusto originario del Perú, que por las características de la región se manifiesta en forma de árbol– mezclados con helechos. Entre las quebradas se divisan los senderos que utilizan los lugareños para buscar a sus ovejas luego de un día de pastoreo. Rocas de feldespato, cuarzo blanco, y mica nos rodean en todo momento.

Pronto llegamos al Salto del Tigre y todo se traduce en contemplación. La inexplicable cascada nos deja en silencio por unos segundos, el “fresco” sonido del agua que golpea la roca cuando cae, nos relaja invitándonos a realizar un pic-nic a la vera de la hoya.

Distintas aves –entre ellas, remolineros, águilas moras y jotes negros– revelan nuestra presencia.

Las cámaras fotográficas intentan congelar la hermosa postal, pero internamente sabemos que la toma nunca será igual al hecho de estar ahí, aunque nos consuela saber que al menos nos servirá para el recuerdo.

El trekking hasta este tramo no fue muy difícil. Descansamos unos instantes y después de los cálidos mates y de probar las facturas horneadas apenas unas horas antes, decidimos continuar hacia la segunda parada: un “pueblo fantasma” en medio de las serranías.


El “pueblo fantasma”

Aunque la fantasía de encontrarnos con alguna figura espectral o sombría no la dejamos de lado, el “Cordobés” –como le decimos al guía– nos contó que en realidad se trata de un pueblo minero de principios del siglo XX, que tuvo un gran auge en las fechas coincidentes con la Segunda Guerra Mundial y que en la actualidad está reacondicionado como refugio de montaña, ofreciendo posibilidades para acampar, pasar el día u hospedarse en el albergue.

Más allá de la desalentadora explicación de que “fantasmas no había”, nos animamos a continuar caminando, aunque en cierta medida el encanto se había perdido.

Desde el lugar por el que transitamos se logra ver hacia la vecina provincia. Observamos todo el Valle de Calamuchita, los embalses del Cerro Pelado, de Río Tercero y de Los Molinos, además de la increíble altura del cerro Champaquí, con sus 2790 metros.

Al llegar a lo más alto del Cerro Áspero, comenzamos a descender por el faldeo hasta el valle donde se emplaza el pueblo minero abandonado. Tal vez la sugestión generada por la denominación popular de “pueblo fantasma”, nos hace reparar en el zigzagueante camino utilizado por los mineros de antaño, y nos parece ver como si aún transitaran por allí sus almas en pena.

Abajo, el desolado poblado nos invita a visitarlo y descubrir muchos de sus secretos escondidos. A medida que nos acercamos divisamos la casita del puesto de control y las torres del cable-carril.

Este pueblo de 1930 era muy organizado. Familias enteras elaboraban el pan, cocinaban en comedores comunitarios, atendían la enfermería y la lavandería. Paseamos por los diversos rincones del lugar, transitamos por los cuartos de máquinas, por las barracas para solteros, la panadería, la cocina, el laboratorio, la peluquería y por la zona de logística, hasta que un rico olor a salsa bolognesa nos conduce hasta el comedor del refugio.

Para sorpresa de todos nos esperaba Juan –cuidador del lugar– con unos exquisitos tallarines caseros y una salsa que no se quedaba atrás. Para tomar hay de todo, desde agua mineral, gaseosas y hasta vino tinto. “La pasta casera se come acompañada por un buen vaso de vino tinto,¡¡y si es borgoña o cabernet sauvignon mucho mejor!!” sostuvo Juan. Todos los presentes apoyamos la moción, mientras el sonido inconfundible del sacacorchos delataba a las botellas destapadas.

Durante el almuerzo el “Cordobés” nos contó que el mineral que se explotaba era el “tusteno”que, fundido con acero, hacía que este último fuera más duro. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial se dejó de utilizar este tipo de fundición, lo cual llevó a la quiebra a la empresa de origen británico que había montado la estructura, abandonándola para siempre.

Luego del sabrosísimo almuerzo –se puede repetir las veces que uno desea, aunque aconsejo dejar un lugar para los panqueques con dulce de leche que Juan elabora con tanta dedicación–, y de la entretenida charla de sobremesa al lado del constante calorcito que despedía el hogar a leña, abonamos lo consumido –que no superaba los diez pesos por persona– y emprendimos el regreso.

Con calma encontramos una vez más el ritmo de la caminata. Las últimas luces del día se van apagando en el horizonte sanluiseño. Las vueltas cada vez se nos hacen más cortas y casi sin darnos cuenta llegamos a la camioneta.

Descendemos la cuesta que nos condujo hasta ese desolado lugar, los iones de Merlo siguen haciendo efecto y nos acordamos de los anecdóticos momentos y de chistes que nos hicimos a lo largo de toda la jornada. Una cascada y un pueblo abandonado se silencian hasta el día siguiente.

Autor Marcelo Sola Fotografo Marcelo Sola

Contacto de la excursión o paseo


Cimarrón Turismo Aventura

Av. Del Sol 300, Villa de Merlo, San Luis, Agentina

Teléfono Teléfono: +54 2656-478934

DuraciónDuración: Todo el día

Ubicación


Que hacer en Villa de Merlo

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