Historias antárticas

Es bueno echar una mirada a los acontecimientos que dieron vida al último continente descubierto por el hombre.

Desde tiempos remotos, los ojos del mundo se posaron sobre este territorio blanco, hoy habitado por científicos y estudiosos que vigilan las condiciones de vida del planeta.

En 1603 una expedición al mando del español Gabriel de Castilla exploró y tuvo conocimiento de la existencia de tierra firme más allá de los 60 grados latitud sur, alrededor del Polo Sur. Años antes ya se sospechaba que existía pero no había registros que lo afirmaran.

Esta tierra desconocida, aún no explorada por el hombre, provocaba gran interés político y comercial en distintos países, que subvencionaban a expedicionarios intrépidos con el fin de adueñarse del territorio.

Se conocen las proezas del capitán James Cook, que en 1773 logró circunnavegar el continente antártico y cruzar el círculo polar. Posteriormente navegó por las rutas utilizadas por cazadores de focas y desembarcó en las islas Georgias y Sandwich del Sur. Recién a fines del siglo XIX y comienzos del XX se inició la batalla por apoderarse de estas tierras y, con ella, el deseo de afianzar el negocio de la captura de focas y ballenas.

Para ello, los buques balleneros establecían factorías en las islas, donde se transformaba la grasa de los animales en productos industriales y aceite. Este último se utilizaba para dar impulso a los motores de la revolución industrial creciente.

Ante la depredación sistemática de ballenas, en el año 1946 se creó una Comisión Ballenera Internacional con el fin de regular la actividad. Al mismo tiempo, varios países reclamaron su soberanía sobre el territorio antártico como un medio para evitar la explotación de los recursos naturales. Así, Chile, Argentina, Australia, Nueva Zelanda y Reino Unido prolongaron sus meridianos fronterizos hasta el Polo Sur. Luego se sumaron Noruega, Francia y Rusia. La mayor parte de las bases permanentes se asentaron sobre la península y los archipiélagos de las islas Shetland del Sur.

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, e impulsadas por la celebración del Año Geofísico Internacional, se instalaron estaciones de observación científica. A partir de allí, la Antártida fue reconocida como área de investigación internacional. En 1959 se logró la firma del Tratado Antártico, que establecía el compromiso de convivencia pacífica. Adhirieron Argentina, Australia, Bélgica, Chile, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Japón, Noruega, Nueva Zelanda, Sudáfrica y la desaparecida Unión Soviética.

Recién en 1961 dicho tratado entró en vigencia; incluía los territorios ubicados al sur del paralelo 60 y restringía la actividad militar al apoyo logístico de las investigaciones científicas.

En otro apartado, el pacto prohibía la actividad nuclear o de depósito de residuos radioactivos. Se dispuso que tanto los proyectos como los programas científicos debían compartirse entre los países miembros y se paralizaron las demandas territoriales. Fue el comienzo de otros convenios con miras al cuidado del medio ambiente; entre ellos, la convención de Bruselas en 1964 dispuso la protección de su flora y fauna.

El Tratado Antártico y todos los acuerdos posteriores garantizaron la defensa de la Antártida como reserva natural del planeta consagrada a la paz y la ciencia.

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